domingo, 13 de febrero de 2011

La mujer Falsa | Capítulo 2



El segundo capítulo de "La mujer Falsa". ¡Léelo y danos tú opinión!








Capítulo 2
Atónita, Mariana contempló la habitación. ¡Un barco! El recinto en que se encontraba era un lugar desnudo, con las paredes, el suelo y el techo de roble; y contra una pared dos camastros. Había muy poco espacio desde el camastro hasta la otra desnuda pared, salvo un ojo de buey redondo. Vio una puerta al fondo de la habitación, y sobre el otro extremo cajas y baúles formando una pila, todo bien sujeto con cuerdas sujetas al muro. Habían un armario bajo en un rincón, y sobre él un brasero. De pronto, Mariana comprendió que el balancero era el movimiento de un barco sobre el mar en calma.
—No comprendo —dijo—. ¿Por qué alguien quiere secuestrarme... o secuestrar a Eugenia... y llevarla a América?
Esperanza se acercó a uno de los baúles y levantó la tapa. Retiró un pequeño portafolio de cuero asegurado con una cinta.
—Creo que será mejor que lea esto.
Desconcertada, Mariana abrió el paquete. Dentro había dos hojas de papel, cubiertas con una escritura amplia y enérgica. Comenzó a leer.

Mi querida Eugenia:
Confío en que al leer esto Hope te lo habrá explicado todo. También abrigo la esperanza de que no te enojarás mucho en vista de mis métodos poco ortodoxos para reunirme contigo. Sé que eres una hija bondadosa y obediente, y también que te has preocupado mucho por la salud de tu padre. Yo estaba dispuesto a esperarte mientras él se encontraba muy enfermo; pero ahora no puedo esperar más.
Elegí un buque correo para traerte a América porque son más veloces que otros. Hope y Amos han recibido instrucciones de comprar todos los alimentos que necesites para el viaje, y de confeccionar un nuevo guardarropa, pues con la prisa de tu embarque no tendrás tus propios vestidos. Ella es una excelente costurera.
Aunque ya estás viajando para reunirte conmigo, no confío en que todo salga bien. Por consiguiente, he ordenado al capitán que nos case por poderes. Después, aunque tu padre te encontrase antes de que llegases aquí, ya serías mía. Sé que en todo esto demuestro cierta arbitrariedad, pero debes perdonarme y recordar que lo hago porque te amo y me siento muy solo sin ti.
La próxima vez que nos veamos ya serás mi esposa. Cuento las horas hasta que llegue ese momento.
Con todo mi amor,
Nicolás

Mariana sostuvo la carta en la mano durante varios instantes, y tuvo la sensación de que estaba curioseando un documento muy personal e íntimo, que no había sido destinado a ella. Sonrió apenas. Siempre había oído decir que los norteamericanos eran muy poco románticos, pero este hombre había concebido un complicado plan de secuestro para reunirse con la mujer a quien amaba.
Miró a Hope.
—Parece un hombre muy simpático, y evidentemente está muy enamorado. Envidio a Eugenia. ¿Quién es Amos?
—Nicolás lo envió conmigo para protegerla, pero durante el viaje hacia Inglaterra hubo una enfermedad a bordo. —Desvió los ojos; pues no le agradaba recordar el episodio en el que cinco personas habían muerto —. Amos no sobrevivió.
—Lo siento —dijo Mariana y se puso de pie—. Debo hablar con el capitán y aclarar esto. —Al ver su propia imagen reflejada en el espejo que se encontraba sobre el armario, hizo una pausa. Tenía los cabellos en desorden, y le caían sobre la cara en conjuntos cortos y gruesos—. ¿Sabe dónde puedo encontrar un peine?
—Siéntese, yo le peinaré.
Mariana obedeció de buena gana.
—¿Siempre es tan... tan impetuoso?
—¿Quién? Ah, se refiere a Nico.— Hope sonrió con simpatía—. No sé si es impetuoso o arrogante. Está acostumbrado a conseguir lo que desea. Cuando ideó este plan le dije que saldría mal pero se rió de mí. Ahora estamos juntas en medio del océano. Y a mí me tocará el turno de reír cuando él la vea.
Volvió la cabeza de Mariana e inclinó la cara de modo que le diese la luz.
—Aunque pensándolo bien, no creo que un hombre se ría de usted —dijo, al echar por primera vez una buena ojeada a Mariana... Los ojos grandes eran sorprendentes, pero Esperanza pensó que lo que interesaría más a un hombre era la boca. Era grande, tenía los labios carnosos y de un color intenso. Era una combinación extraordinaria, y Hope supuso que fascinaría a los hombres.
Con un leve sonrojo Mariana apartó la cara.
—Por supuesto, no conoceré al señor Riera. Necesito regresar a Inglaterra. Una prima me invitó a participar con ella en una tienda. He ahorrado casi todo el dinero que necesito.
—Ojalá pueda regresar. Pero esos hombres de la cubierta no me agradan. —Esperanza indicó el techo del camarote con un gesto de la cabeza—. Dije a Nico que no me agradaban, pero no quiso escucharme. Es el hombre más obstinado que pisa la Tierra.
Mariana volvió los ojos hacia la carta depositada sobre la cama.
—Seguramente a un hombre enamorado pueden perdonársele ciertas cosas.
—¡Hum! —Rezongó Hope—. Usted puede hablar así, pero lo cierto es que nunca ha tenido que tratar con él.
Al abandonar el camarote y subir la estrecha escalera que llevaba a la cubierta principal, Mariana sintió la suave brisa marina que le acariciaba los cabellos, y esbozó una sonrisa. Al detenerse, advirtió que varios hombres la miraban. Los marineros la observaban ávidamente, y ella se ajustó mejor el chal. Sabía que el delgado vestido de hilo seguramente se le adhería al cuerpo, y de pronto tuvo la sensación de que estaba de pie, desnuda ante los hombres.
—¿Qué desea jovencita? —preguntó uno de ellos, cuyos ojos recorrieron el pequeño cuerpo de Mariana.
Esforzándose por no dar un paso atrás, ella contestó:
—Deseo ver al capitán.
—Y estoy seguro de que a él también le agradará verla.
Mariana no hizo caso de las risas de los hombres que estaban a su alrededor mientras seguía al marinero hasta una puerta que estaba en la parte delantera del barco; allí, el marinero llamó brevemente. Cuando el capitán rugió que entrasen, el marinero abrió la puerta y medio empujó a Mariana hacia el interior. Después, cerró nuevamente.
Una vez que sus ojos dispusieron de un momento para adaptarse al ambiente, la joven advirtió que el camarote tenía doble tamaño que el que ella y Esperanza compartían. Había una gran ventana a un lado, pero el cristal estaba tan sucio que entraba poca luz. Bajo la ventana había una cama sucia y desordenada, y en medio de la habitación una mesa grande y pesada, atornillada al suelo y cubierta de cartas y mapas enrollados y abiertos.
Cuando una rata cruzó corriendo el suelo, la joven contuvo una exclamación. Una risa sonora como un trueno la indujo a mirar hacia un rincón oscuro, y al hombre que estaba sentado allí. Aparecía con el rostro ensombrecido a causa de la barba, las ropas en desorden, y en una mano sostenía una botella de ron.
—Me han dicho que usted es una maldita dama. Será mejor que se acostumbre a las ratas de este barco, tanto a las de dos como a las de cuatro patas.
—¿Usted es el capitán? —preguntó ella, y avanzó un paso.
—Lo soy. Si usted puede afirmar que un buque correo es una nave, yo soy el capitán.
—¿Puedo sentarme? Desearía conversar con usted.
Con la botella de ron señaló una silla.
Mariana relató su historia con palabras breves y claras. Cuando concluyó, el capitán continuó guardando silencio.
—¿Cuándo cree que podremos regresar a Inglaterra?
—No regreso a Inglaterra.
—Pero, ¿cuándo podré volver? Usted no entiende. Esto es una terrible confusión. El señor Riera...
Él la interrumpió.
—Muchacha, todo lo que sé es que Nicolás Riera me contrató para secuestrar a una dama y llevársela a América. — La miró con los ojos entrecerrados—. Ahora que la veo, no se parece mucho a la descripción.
—Claro, porque no soy su prometida.
El capitán hizo un gesto de desprecio y bebió un gran sorbo de ron.
—¿Qué me importa quién es usted? Él dijo que usted pondría algunos obstáculos al matrimonio, pero que yo debía proceder de todos modos.
Mariana se puso de pie.
—¡Matrimonio! No pensará que... —comenzó a decir, pero se serenó—. El señor Riera está enamorado de Eugenia Suárez, y desea casarse con ella. Yo soy Mariana Espósito. Jamás he visto al señor Riera.
—Eso es lo que usted dice. ¿Por qué no dijo inmediatamente a mis hombres quién era? ¿Por qué ha esperado tanto tiempo?
—Pensé que ellos me liberarían tan pronto supieran quién era, pero deseaba estar bastante lejos de Eugenia, para tener la certeza de que ella se encontraba a salvo.
—¿Esta Eugenia es la mujer gorda que dijo a los hombres quién era usted?
—En efecto, Eugenia dijo eso. No es gorda. Pero sabía que yo estaría a salvo.
—¡Al demonio si sabía! ¿Pretende que crea que usted guardó silencio para proteger a una perra que de buena gana la entregó a los secuestradores? No puedo creer eso. Usted debe pensar que soy estúpido.
No había nada que Mariana pudiese decir.
—Adelante. Salga de aquí mientras pienso en el asunto. Y al salir, diga al hombre con quien vino que deseo verlo.
Cuando Mariana se marchó y el capitán y el primer oficial estuvieron solos, el capitán dijo:
—Creo que ya está enterado, porque pasa la mayor parte del tiempo escuchando junto a las puertas.
Sonriendo, el primer oficial se sentó. El y el capitán habían navegado juntos mucho tiempo, y el primer oficial sabía que era útil conocer los planes del más viejo.
—Bien, ¿qué se propone hacer? Riera dijo que se ocuparía de que nos detuvieran a causa de esa carga de tabaco que desapareció el año pasado... si no le llevábamos a su esposa.
El capitán bebió un sorbo de ron.
—Su esposa... es lo que ese hombre desea, y es lo que recibirá.
 El primer oficial reflexionó un momento.
—¿Y si ella está diciendo la verdad y no es la persona con quien él desea casarse?
—Imagino que hay dos modos de considerar el problema. Si ella no es la mujer Suárez, sino la otra, Riera esta pretendiendo casarse con una perra que es una mentirosa y que parece dispuesta a traicionar a su mejor amiga. Por otra parte, esa bonita dama de cabellos morochos quizá sea Eugenia y está mintiendo para evitar el casamiento con Riera. En cualquier caso creo que por la mañana deberíamos celebrar una boda.
—¿Y qué me dice de Riera? —preguntó el primer oficial—. Si descubre que está casado con la mujer equivocada, no me agradaría hallarme cerca.
—También yo lo he pensado. Me propongo cobrar mi dinero antes de que él la vea, y después marcharme inmediatamente de Virginia. No creo que él se detenga para comprobar si ella es o no es la que quiere.
—Creo que coincido con usted. Ahora bien ¿cómo convencemos a la damita? ¡No parece interesarle mucho la idea del matrimonio!
El capitán alcanzó al primer oficial la botella de ron.
—Puedo idear varios modos de convencer a esa muñequita.
—Entiendo que no pudo inducir al capitán a devolverla a Inglaterra —dijo Hope cuando Mariana retornó al reducido camarote.
—No —dijo Mariana, sentada sobre la cama—. Es más, pareció que no me creía cuando le dije quién era. No sé porqué, pero me pareció que creía que yo estaba mintiendo.
Esperanza emitió un gruñido.
—Un hombre como ese probablemente jamás había dicho la verdad en su vida, y por eso no cree que nadie la diga. Bien, por lo menos podemos gozar juntas del viaje. Confío en que usted no se sentirá demasiado nerviosa.
Mariana trató de ocultar sus sentimientos, y sonrió a la alta mujer. Sí, se sentía muy decepcionada. Después de viajar a América y una vez que regresara, su prima habría encontrado otra socia. Y además, pensaba en el dinero ahorrado, que estaba oculto en un desván de la casa de Eugenia. Al frotarse las yemas de los dedos y sentir los muchos puntos dolorosos, allí donde la aguja había perforado la piel, (porque Mariana solía trabajar a la luz de una vela muy pequeña y muy barata) pensó cuánto le había costado ganar ese dinero.
Pero no demostraría su decepción a Esperanza.
—Siempre he querido conocer América —dijo—. Quizá pueda permanecer unos días antes de regresar a Inglaterra. ¡Oh, Dios mío!
—¿Qué sucede?
—¿Cómo pagaré mi pasaje de regreso? —preguntó, los ojos muy grandes al pensar en el nuevo problema.
—¡Pagar! —estalló Hope—. Le aseguro que Nicolás Riera pagará su regreso. Le repetí muchas veces que no hiciera esto, pero fue como hablarle a una pared de ladrillos. Y quizá; después de ver América no querrá retornar a Inglaterra. Como sabe, allí, hay muchísimas tiendas.
Mariana le habló del dinero que había ahorrado y escondido.
Durante unos minutos Hope no dijo palabra. De acuerdo con la versión del secuestro ofrecida por Mariana, Eugenia era inocente, y había hecho lo necesario; pero Hope había escuchado algo más que las palabras, y se preguntaba si el dinero de Mariana estaría allí cuando retornara.
—¿Tiene apetito? —preguntó Esperanza, y abrió un baúl que había a su lado.
—Vaya, sí, tengo apetito. En realidad, mucho —dijo Mariana, y fue a mirar el interior del baúl. En esos tiempos, antes de que los barcos se ocupasen de alimentar a los pasajeros, cada uno tenía que llevar su propia comida para mantenerse durante el prolongado viaje. De acuerdo con la destreza del navegante, la rapidez del barco, los vientos, las tormentas y los piratas, un viaje podía durar de treinta a noventa días, si en realidad llegaba.
En el baúl había guisantes y habas secas, y cuando Hope abrió otro, Mariana vio carne de vaca y pescado salado. En otro baúl había harina de avena, patatas, paquetes de verduras, harina de trigo, bizcochos secos y una caja de limones y limas.
—Nico también ordenó al capitán que comprase algunas tortugas, de modo que tendremos sopa de tortuga fresca.
Mariana contempló los alimentos.
—El señor Riera parece un hombre muy considerado. Casi estoy deseando que se me ofreciese la posibilidad de casarme con él.
Hope comenzaba a pensar lo mismo mientras se volvía y abría las puertas del armario que estaba en una esquina, y sacaba una alta y estrecha bañera individual. La persona que se bañaba podía sentarse en ella, con las rodillas recogidas, y el agua la cubría hasta los hombros.
Los ojos de Mariana titilaron.
—¡Vaya, qué lujo! ¿Quién hubiera pensado que un viaje en barco podía ser tan cómodo?
Con las mejillas sonrojadas de placer, Esperanza sonrió. Había temido la posibilidad de un viaje a través del océano con una dama inglesa, pues pensaba que los ingleses eran unos terribles esnobs y adoradores de la monarquía. Pero Mariana era francesa, y los franceses comprendían las revoluciones.
—Me temo que tendremos que usar el agua de mar, y que llevará mucho tiempo calentarla sobre ese infiernillo; pero será suficiente para darse un baño.
Unas horas más tarde, después de un baño delicioso, Mariana se acostó en el camastro inferior; estaba limpia, se había alimentado y se encontraba fatigada. Fue necesario mucho tiempo para calentar agua suficiente para dos baños. Hope había protestado, diciendo que ella tenía que servir a Mariana; pero la joven había insistido en que no era la prometida de Nicolás, y por lo tanto podía ser únicamente la amiga de Hope. Después, Mariana lavó su único vestido y lo colgó a secar; y ahora el gentil balanceo del barco estaba adormeciéndola.
A la mañana siguiente bien temprano Hope se recogió los cabellos en un ajustado y pequeño rodete antes de comenzar a peinar los de Mariana. Sacó una plancha y alisó el vestido de Mariana. La joven francesa se echó a reír y dijo que el señor Riera había pensado en todo.
De pronto se abrió bruscamente la puerta para dar paso a uno de los secuestradores de Mariana.
—El capitán desea verla...ahora.
El primer pensamiento de Mariana era que, después de todo, ese hombre había decidido devolverla a Inglaterra; y de buena gana marchó detrás del marinero, seguida a corta distancia por Hope.
Con un brusco movimiento, el marinero devolvió a Esperanza a la habitación.
—No quiere hablar con usted...solamente con ella.
Hope comenzó a protestar, pero Mariana la interrumpió.
—Estoy segura de que no habrá dificultades. Tal vez él comprendió que yo le dije la verdad.
Apenas Mariana entró en el camarote del capitán, supuso que algo andaba mal. El capitán, el primer oficial y otro hombre a quien ella nunca había visto, parecían esperar algo.
—Tal vez deba presentar a estas personas —dijo el capitán—. Deseo que todo se haga como corresponde. Él es médico. Puede coser heridas, o hacer lo que sea necesario, y este es Frank, mi primer oficial. Creo que usted ya lo conoce.
El sexto sentido que Mariana había adquirido durante el terror en Francia la llevó a experimentar nuevamente un sentimiento de pánico. Como siempre, sus ojos reflejaron lo que sentía.
—No tenga miedo —dijo Frank—. Deseamos hablar con usted. Y además, es el día de su boda. ¿No permitirá que otros digan que se casó de mala gana, verdad?

No hay comentarios:

Publicar un comentario